martes, marzo 18, 2008

de cómo las cosas a veces se arreglan solas

El intermitente izquierdo del coche ha estado estropeado unos tres meses. Ocurría que sin mediar aviso, saltaba cada vez que le parecía. Unas veces después de haberle dado para la derecha, otras después de haberle dado a la izquierda, y otras muchas porque sí. A veces bastaba una pequeña vibración en el terreno para que por su cuenta y riesgo indicara al resto de los conductores que un servidor iba a girar a la izquierda. Pasmo que les provocaría bien cuando me estuvieran adelantando, o cuando en plena noche pensaran que el tipo que iba delante de ellos iba a coger las de Villadiego en medio de la autovía. El caso es que hace cosa de una semana, y justo cuando peor parecía ponerse la cosa (ya saltaba continuamente), de repente, va y vuelve a la normalidad. Vaya, que ha perdido su autonomía, y vuelve a depender de que yo le dé un golpecito o no. Que funciona, vamos. Que se ha arreglado sólo.

Tengo un par de cosas más estropeadas en el coche. El chisme para bajar las ventanillas automáticamente se ha desencajado y eso hace que cada vez que quiero hacer algo a través de la ventanilla del conductor, tenga que formar un pollo que no veas. Con esto pasa como cuando te duele un dedo, que parece que no sabe uno lo que lo usa hasta que no se le jode. Gestos tan cotidianos como coger el ticket del parking o bajar la ventanilla a un agente que quiere ver si eres de los malos se convierten en un ejercicio de riesgo. El otro día justo cuando abrí la puerta para coger el ticket en plaza de armas, casi suelto el pie del embrague y eso estuvo a punto de costarme un brazo, el izquierdo para más señas. Y el día que después de echarme el alto con una metralleta un agente de la benemérita me vio abrir la puerta intuí en su mirada que me iba a acribillar en un santiamén. Puse cara de torpe/bueno y eso pareció relajarle el gesto, y el gatillo. El gesto la verdad me importaba poco, que suelen tener todos la misma cara de mala leche, pero el dedo temblón me intimidaba bastante. Otra cosa que tengo estropeada es el espejo retrovisor. Cada vez que cojo un badén de estos tan de moda, se descuelga. Trato de pillarlo al vuelo, pero por aquello de que tiene el peso muy descompensado cae de una manera muy rara. Vaya, que pega unas leches tremendas con la palanca de cambios, que viene a estar debajo. Lo milagroso del asunto es que se ha caído veinte veces, y el cristal sigue tan fresco. Supongo que tendrá que ver con esto que digo de la distribución de pesos. Ahora siempre que voy conduciendo tengo la manía de que cada vez que intuyo una vibración peligrosa, un salto o lo que sea, echarle mano al espejo antes de que se despeñe. Lo hago hasta cuando me monto en otros coches. Y además trato de evitar brusquedades. Cada día conduzco con más cuidado. Pero cada vez que cambio el coche con Carmen la pobrecita vuelve con un susto, y el espejo en la mano. El caso es que tengo pendiente arreglarlo, de hecho hace como cuatro o cinco meses compré en el día un tubo de pegamento loctite. Pero visto que lo del intermitente se ha arreglado sólo, estaba pensando que lo mismo el elevalunas y este espejo se arreglan también por su cuenta.

El otro día, perplejo después de comprobar la autosanación del intermitente, pensaba en cosas que a veces se arreglan solas dejando pasar el tiempo.

2 comentarios:

Kinezoe dijo...

Algunas, sólo algunas... Otras hay que currárselas y a base de bien; no basta con irse a la cama pensando que al día siguiente todo estará arreglado...

Tiago Cotes dijo...

las menos, las menos se arreglan. la mayoría, como no las arregles, van a peor.

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