martes, febrero 09, 2010

Ciudadanos notables de Vélez-Rubio (II): El Jojois


Hace unos cuantos meses me propuse hacer memoria a propósito  de los personajes imprescindibles de mi imaginario infantil, mi particular y subjetivo retrato de algunos ciudadanos notables de Vélez-Rubio que todavía hoy recuerdo. Empecé con El Conejo y mi siguiente paso, por aquello de seguir con la fauna local, era El Lobillo.  Gracias a mi singular inconstancia, quedó este inventario en mera declaración de intenciones.  Y eso que a los pocos días de escribir el primer episodio me encontré con que El Lobillo era uno de los protagonistas de “El Coro de la Cárcel”. Resulta que Juan Pedro, que es como se llama, lleva algo así como once años de penal en penal, su historia, bigger than life, la dejo para otro post, que bien se merece este hombre un retrato a conciencia.Hoy sin embargo, estaba comiéndome un tomate y me ha venido a la cabeza un episodio traumático que tuve hace veintitantos años con El Jojois.

No sé dónde andará ahora este hombre. En el tiempo en que ocurrió lo que voy a contar, vivía con su padre, de profesión enterrador, en la casa que había en el cementerio de mi pueblo. Esta es ya circunstancia que tiene su miga, vivir ahí dentro de un camposanto. Contaban que en verano, más de uno se había llevado un buen pasmo al encontrarse con el elemento en cuestión echándose la siesta aprovechando el frescor de los nichos libres.  Me parecía por aquel entonces que aquel individuo medía dos metros y tenía un solo ojo, una especie de cíclope que por las noches aullaba a la luna desde la tumba más alta de aquel cerro donde estaban enterrados mis parientes. Allí arriba, muy lejos de todo, había un pequeño mausoleo al que había que subir casi escalando, era de una niña que había muerto hacía como cien años… imaginaos lo que dispara la imaginación de un muchacho una cosa así… pero que me pierdo, a lo que iba, al Jojois. Como digo, aquel gigantón bizco vivía allí. Lo de Jojois se lo habían puesto en el pueblo porque lo único que había aprendido a decir era “¡jo-jo-jones!”, por “cojones”. A propósito de esto, se contaba que le había dicho el cura “hijo mío… para lo que has aprendido a decir, más le valía al señor no haberte dejado decir nada”. Estoy escribiendo esto y pensado que lo mismo no es muy correcto andar contando estas cosas de un muchacho que tuvo la desgracia de nacer disminuido psíquico además de sordomudo. Pero espero me libre de cualquier suspicacia lo que contaré a continuación.
La mayoría de los zagales del pueblo le tenían un miedo atroz al Jojois. Los sábados, sus padres lo dejaban en una esquina del “mercao”, (lo escribo así porque se me hace muy raro llamar “mercado” al montón de puestos y tenderetes de fruta, telas y salazones que cada sábado por la mañana hay en mi pueblo), y lo dejaban allí con una bolsa de tomates y un salero.  Él se los iba despachando, los tomates, mientras sus padres hacían las compras para la semana.  Estaba allí sentado pimplándoselos y todos dábamos un buen rodeo para esquivarlo en nuestro camino entre la catequesis y la heladería. Los más atrevidos de mis compañeros de catequesis se le acercaban, le gritaban y le tentaban con palmas, entonces el hombre se levantaba y corría hacia ellos y todos salíamos despavoridos. Un sábado, yo, que no es por dármelas ahora de nada, pero que era de los más sensatos, les dije al mechas, al tudela, al rodrigo y los otros que no le hicieran nada, que si no nos poníamos a decirle cosas podíamos pasar por al lado como todo el mundo y que seguro que no nos pasaba nada. Me dijeron que vale, pero que pasara yo primero. Y allí me dispuse yo, a pasar por el lado del Jojois como que no iba conmigo, con mi bolsa de cinco duros de revoltillo. Y en esas estaba cuando con el rabillo del ojo vi como el Jojois soltaba el tomate y se incorporaba. Y se vino para mí. Y yo me quedé petrificado. En la mano izquierda tenía la bolsa y en la derecha una corteza, me quedé mirándolo a los ojos, con miedo pero a la vez como queriendo decirle que yo no quería cabrearlo, ni reírme de él ni nada, y él me miró durante una décima de segundo que se me hizo un mundo, y allí mismo, con todos mis amigos mirando unos metros más atrás, me soltó un guantazo monumental. La bolsa fue a tomar por saco y yo di una vuelta redonda, como en los dibujos, un giro entero, un 360º sin tirabuzón que me dejó mirándolo otra vez. Me quedé medio atontado del tortazo que me dio, y me espabilé con el tiempo justo para salir cagando leches antes de que me soltara otro. Mis amigos todavía se podían estar riendo del sopapo que me endiñó.  Sobra decir que en los años que siguieron a aquel episodio, que no fueron pocos, siempre di el rodeo pertinente para esquivar la esquina del Jojois, y que cuando iba al cementerio el día de todos los santos, no me separaba mucho de mi padre no fuera que se despertara de la siesta y me pusiera la cara caliente otra vez.
Pero lo más pasmoso del tema es que no quedaría la cosa aquí. Como quince o veinte años después de este primer episodio, una tarde de verano me acerqué con dos amigas a la Fuente del Gato. Y hete aquí, que subiendo las escaleras que van a la del Perro, nos cruzamos los tres con El Jojois, que yo no sabía ni que el hombre seguía viviendo en el pueblo. Pasó por delante de las muchachas, y estaba yo riéndome para dentro de mis miedos infantiles cuando se quedó mirándome fijamente. Yo también lo miré y entonces, de repente, como un latigazo, el condenado alargó su brazo para trincarme del cuello. Aparté la cara de forma que aquellas tenazas sólo llegaron a golpearme la barbilla, y otra vez como cuando era zagal tuve que salir escopeteado. Yo creo que si no atino a quitar la cara en aquel momento lo mismo me hubiera agarrado y me hubiera dejado tieso allí mismo.
En fin, que como decía, esta tarde me he terminado el tomate, y he pensado en escribir esto y en dónde andará el Jojois, y también en que haría si me cruzara con él otra vez.

7 comentarios:

Idoia Mcfly dijo...

Joder con el Jojois, vaya mala leche...y eso que tu pasabas con buenas intenciones..jeje.
Me ha encantado la historia, espero más de estas..
Saludos Tiago.

Tiago Cotes dijo...

¡muchas gracias idoia! de verdad no te puedes imaginar el sopapo que me endiñó... ahora me he desquitado aquí un poco...
tirando del hilo seguro que vienen más historias de estas...

Maitó dijo...

¡¡¡Hola-hola-hola!!!
Ya toi aquí.
Me ha gustado mucho tu historia, estoy haciendo repaso de lo que me he perdido en este mes y pico que no acudo a esta cita. Yo a veces recuerdo episodios así de mi infancia, pero, como en el caso del tomate, necesito un hilo conductor para que me vengan a la memoria. Si ahora me hacen una entrevista (que va a ser que no porque no me conocen más que en mi casa) y me preguntan: un libro, una canción, un episodio divertido, otro amargo.... pues la verdad, no me sale ninguno, así, a palo seco. Nuestra vida es una suma de momentos.
...Y el alemán me va haciendo estragos, por si fuera poco.
Sigo aquí, eh?

Anónimo dijo...

que miedo me da ese Jojois y no termino de imaginarme su cara...no hay manera de conseguir una foto?
besos

Tiago Cotes dijo...

no seré yo quien me ponga a cogerle fotos!!

anita dijo...

hay que averiguar más de el en la actualidad: y como es el? a que dedica el tiempo libre...

Tiago Cotes dijo...

¡anita!
¿quién sabe dónde andará? lo mismo le pregunto a mi abuela cuando la llame... yo me lo imagino rondando la fuente del gato...

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