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Ocurre cada tres meses y siempre espero nuestro encuentro con una extraña mezcla de impaciencia y desasosiego. Nuestra cita es el fruto de mis visitas regulares a los surtidores de gasolina a las puertas del establecimiento en que pasas tu jornada laboral. Sin que tú lo sepas, como una hormiguita, voy acumulando el ocho por ciento de mi consumo de combustible hasta que cada ciento veinte días, como una crisálida, se convierte de repente en un bello ejemplar de vale por euros a canjear en compra que recibo con alborozo.