miércoles, noviembre 03, 2010

El fútbol era así.

si alguien tiene una foto nuestra jugando al fútbol que me lo diga
Entre los ocho y los doce o trece años no había otra cosa más importante para nosotros que el fútbol. Y cuando digo el fútbol no me refiero a sentarse en el sofá o irse al bar y ver al Madrid o al Barça. Estoy hablando del fútbol de verdad, el que jugábamos en la Calle del Tinte y en las Cantarerías, pegando pelotazos a una portería pintada en el muro del cine o atinando a meterla entre un par de piedras rematadas con una chaqueta de chándal. Normalmente aquellos partidos eran siempre un tres contra tres. En un equipo El Jose, su hermano Jesús y El Ginés. En el otro, El Antonio, El Jose Juan y un servidor.
Acabamos dejando las Cantarerías porque creo que no hay ni una casa a la que no le rompiéramos los cristales. Además, empezaban a pasar cada vez más coches, y eso nos hacía tener que interrumpir a cada momento el partido.  Otra cosa muy molesta es que se metía el balón todo el rato debajo del camión del Atocha. Utilizaba el hombre el camión para dar portes de basura, y cuando digo basura, quiero decir estiércol, mierda vaya. De resultas que al que le tocaba ir a por la pelota siempre amanecía a la mañana siguiente con picaduras de pulga. Que estaba infectado aquello. Era una lata lo de ir a por la pelota. Lo misma iba a parar a debajo del camión, que se metía en la casa de alguna vecina, rotura de cristal mediante o no, que se colaba en algún balcón o detrás de una tapia. Yo siempre he sido bastante cagón, a las vecinas más o menos las llevaba bien, pero lo de subirme a las tapias o los balcones no estaba hecho para mí. Más concretamente lo de bajarme. Subirme, a las malas, me podía subir, pero bajarme, ay… alguna vez pensé que iban a tener que llamar a los bomberos para sacarme del brete. Teniendo en cuenta que en Vélez Rubio no había, tendrían que venir de Lorca, y menuda se iba a armar, pero juro por Dios que llegué a considerar recurrir a sus escaleras esas tan largas que se veían en las películas (porque como digo, no era una cosa fácil de ver un camión de bomberos en el pueblo, y si se veía, malo, llegaban normalmente cuando ya había poco que hacer).

Pero bueno, vuelvo a los partidos y dejo para otro día lo de mi desarrollado instinto de supervivencia y consecuente talento natural para escaquearme de ir a por la pelota allá donde corriera peligro mi integridad física.  Como digo, lo del fútbol era una cosa muy recurrente en mi infancia, se jugaba a la hora de gimnasia, en el recreo, por las tardes, y hasta en la cochera de casa. De haber dedicado todo aquel tiempo a la práctica del tiro con arco o alguna otra especialidad deportiva menos popular, seguro habría podido haber ido a las olimpiadas con posibilidades de medalla. Sin embargo con todas aquellas horas no conseguí yo siquiera destacar entre mis paisanos, que dicho sea de paso dedicaban tantas o más horas que yo a idénticos menesteres peloteros. Guardo un gran recuerdo de aquellos ratos. Ni uno sólo lo recuerdo como tiempo malgastado. Seguramente me salvaron además de una obesidad infantil mórbida. Ahora, rara era la tarde que no asomabas por casa con el chándal roto y las rodillas con sangre seca. Y milagroso como para curarse bastaba con meter la pierna debajo de un chorro de agua. 

La que jugábamos los seis en la Calle del Tinte era como quién dice la competición doméstica, luego aparte teníamos unos duelos magníficos con los del ambulatorio. A saber, El Justo, El Julián, El Francisco Adolfo, El Alejandro y El Jero. Aquello era ya como la Champions League. Recuerdo particularmente una edición de aquella competición entre barrios. Quedamos todos un sábado bien temprano para adecentar el terreno de juego. A saber, un bancal en terreno neutral primorosamente encajado entre una calle más alta y un ribazo. Quedaba así el campo perfectamente delimitado de una manera natural que aprovechábamos nosotros para convertirlo en un estadio de lujo. Escavamos en el ribazo unos banquillos, y con polvos de una fábrica de yeso que había un poco más abajo y una carretilla de juguete con un agujero pintamos todas las líneas. Una vez terminamos de despejar aquello de piedras y pintar el campo como que daba hasta cosa jugar oye. Para rematar la faena, El Diego, que era el primo sordomudo de Badalona del Jose Juan, tenía el muchacho una habilidad fuera de lo común con el troquelado de cartones, y nos hizo una réplica de la Copa de Europa magnífica. También había medallas para el portero menos goleado, para el máximo goleador, para el jugador del campeonato… Yo no sé cómo acabé con una, lo mismo fue al defensa menos goleado o algo por el estilo. Además, la copa nos la llevamos nosotros. No sin polémica. Se dirimió la final por penaltis y la ceremonia de recogida de trofeos distó mucho de parecerse a las que daban por televisión. Consistió, básicamente, en una vez marcado el último penalti, el que nos daba la victoria, agarrar la copa, que estaba en la cruceta de un almendro y salir escopeteados con ella para que no nos la robaran.  Claro que lo mismo la robamos nosotros y es por eso que salimos corriendo. No estaba claro que hubiera entrado el balón, no sé si por alta o por poste. Estos (los palos) y el larguero eran imaginarios. El árbitro era El Diego, y como era primo de Jose Juan pues también se le discutió la autoridad por parentesco. La cosa es que yo me acuerdo perfectamente de estar en la cochera del Jose discutiendo los turnos en que nos íbamos a quedar el trofeo mientras que nuestros adversarios aporreaban la puerta exigiendo que continuara el partido. Como si a mi madre le hiciera mucha ilusión que tuviera yo quince días en el piso una copa de un metro por metro y pico hecha con cartones pintarrajeados recogidos de la basura. Bastante que me dejó guardar la medalla en el cajón del mueble de la tele. Imagino que el primer turno de la copa sería para El Poveda, que no era cuestión de sacar la copa a pasearla por el barrio ese día.  Aquel bancal reconvertido en estadio de fútbol fue una cosa a la que sacamos mucho partido, y nunca mejor dicho lo de partido. No había que ir hasta las pistas de San José, que quedaban más lejos y de las que de cualquier forma nos echaban los grandes a las primeras de cambio. Así fue hasta que El Carujo convirtió nuestro estadio de fútbol en un almacén de bebidas.

En aquel bancal habría de ocurrir uno de los episodios más cómicos que recuerdo yo de mi infancia. El protagonista, un sobrino de La Gregoria que venía en verano y al que jugando a invertir los nombres le habíamos puesto El Jose Juan y yo El Canijo (Joaquín, Ni-qa-jo, ¡ca-ni-jo!). Nos pareció el mote que ni pintado, porque era el muchacho medio enano y delgaducho. Era pelirrojo y se traía un aire al pequeño malo de Érase Una Vez El Hombre. Un personaje. Sin embargo, jugaba al fútbol que no veas, era rapidísimo. Así corriendo bajaba de lo de su tía una tarde para unirse al partidillo de turno. Daba nuestro terreno de juego como he dicho por los laterales a una calle y un ribazo, y por los fondos, por uno a una pared y por el otro a otros bancales. Estaba separado de los otros bancales por una zanja rellena de zarzas en la que se nos pincharon no pocos balones.Y no se le ocurrió al muchacho aquel otra cosa que para entrar al campo y por aligerar, saltarse la zanja, de forma que con todos mirándolo pegó un brinco tal como venía, quedándose como suspendido en el aire  para a mitad del vuelo caer a plomo en medio de aquellas zarzas. Nos costó una barbaridad sacarlo de allí. Menudos gritos daba El Canijo…  Venía en pantalones cortos y salió de allí hecho un cristo. Tenía sangre por todo el cuerpo. No vino a jugar en una temporada.

Lo dicho, que eché unos ratos maravillosos allí, de correr, de goles, de faltas, de peleas, de risas,  de portero, de defensa y de delantero, y que hoy, viendo el fútbol en la tele y con mi nene durmiendo a mi vera me he preguntado si tendrá la misma suerte que yo y dará con una pandilla de amigos tan sanotes como los que tuve y con los que compartí aquellas tardes de fútbol del de verdad. Ojalá.  

3 comentarios:

Walewska dijo...

jajajaja me ha encantado en general, pero lo de el canijo malo pelirrojo de Erase una vez es tremendo ... es que me lo estoy viendo!!!!!

Tiago Cotes dijo...

pobrecico el muchacho. de verdad, no te puedes imaginar como acabó...
por cierto, anoche, de una forma rocambolesca acabé en tu blog, que es una maravilla. no sabía que eras una bloguera profesional. maravillosa la entrada cantajuegos. que era una cosa de la que tenía pensado hablar yo, pero que una vez leída la tuya, poca queda que aportar, el proyecto de la bruja de blair de los vídeos infantiles... muy grande!!

Maitó dijo...

Pobre chaval!! Yo también me lo he visto en las zarzas... Un hermano mío se cayó de chaval en las rocas de un puerto, pescando con nuestro padre, y topó con un "bancal" de erizos. También salió como Cristo en el calvario...
Qué tiempos, se agudizaba el ingenio, me ha parecido soberbio el repintado de yeso con la carretilla. Tan sencillo y tan práctico, ahora ni se nos hubiese ocurrido, intentando algo más rebuscado, seguro.
Un abrazo, Tiago. Sigo lo de las ricas pero no comento porque no lo veo, pero me divierto igual leyendo "lo tuyo".

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