miércoles, diciembre 31, 2008

el atestado de le clézio - o de cómo una correa puede convertirse en dos libros



Hace cosa como de un par de meses fui a comprarme una correa a cortefiel. En un arrebato de generosidad fraternal le regalé a mi padre una igual a la mía. Después comprobé que también era EXACTAMENTE igual a una que tenía él guardada en su armario. Treinta días después y sólo uno antes de que ya no fuera posible la devolución volví a la tienda y allí me devolvieron los treinta y tantos euros que costaba. En la misma calle de este establecimiento hay una casa del libro, aquilicua, como es cosa que me gusta mucho la de bichear en una librería, me metí dentro y me puse a leer comienzos de novelas apetecibles en que gastarme lo que me acababa de embolsar por la correa. Al final, los elegidos fueron dos. Tengo que confesar que de uno me convenció tanto o más que la primera frase una especie de banda roja en la que ponía algo así como “del último ganador del nobel bla bla…”, eso y el precio ajustado que tenía para llevar una banda roja. Era El atestado de Le Clézio. Una edición de estas comentadas de Cátedra que están tan bien rematadas. El otro tenía un comienzo tan bruto que casi me siento a leérmelo allí del tirón… pero pasa que tiene más de mil páginas y no era cosa… La montaña mágica de Thomas Mann. Hacía mucho que lo tenía enfilado y fue leerme la primera página y el comienzo del primer capítulo, y entrarme ganas grandes de sentarme a leer. Como el primero tenía como setecientas páginas menos y para un hombre tan atareado como un servidor esta parece una empresa mucho más viable, en un viaje en tren de vuelta de los madriles me lo cogí por banda. Había madrugado mucho esa mañana y el ave que cogí fue el de las diez de la noche, creo recordar que como en media hora tres cuartos me entró un sopor magnífico que resultó en un sueñus interruptus desde Puertollano a Sevilla. El libro era raro de cojones y yo como digo había madrugado bastante. Por la mañana había hecho el recorrido inverso pero en coche. Aquella primera experiencia determinó el modo de leerme este libro: ratos perdidos que generalmente servían de preámbulo a un buen sueño. Los capítulos vienen con letras en vez de con números, creo que en diez o quince días todavía iba por la k. Tenía cada vez que cogía el libro una vaga idea de qué iba, había un protagonista, un tal Adam Pollo (pronúnciese Poló, que si no entra la risa), básicamente pirado, que escribía a una Michèle, que recuerdo que en un capítulo entero lo único que hizo fue perseguir al perro de esta hasta asistir a como se beneficiaba a una perrita que pasaba por allí. La verdad es que no me estaba gustando el libro NADA. Básicamente era un rollazo muy enrevesado, con unas descripciones bastante latosas, y terriblemente farragoso para lo que mi lectura ligera podía digerir. Lo único que hacía era lamentar el momento en el que me decidí por este y no por el otro, que seguro lo habría terminado ya con sus tropecientas páginas más. Para mi ceremonia lectora de navidad en el pueblo, me tenía recetada La montaña mágica, así que este domingo, un par de días antes de irme al pueblo tenía que terminar sí o sí, con El atestado este. Me atrincheré en el salón, y el caso es que un par de horas después empecé a entrar en calor. Las cosas como son, todavía tuve algún capítulo de estos en los que estás leyendo y cuando te das cuenta llevas como cuatro páginas pensando en tus cosas… da como pereza volver al momento en que te despegaste del libro para emprender tu repaso de actos cotidianos pendientes de resolución y se conforma uno con volver hasta la esquina superior izquierda de donde está leyendo y tirar desde ahí de nuevo. En esas estaba cuando como digo fui entrando en calor, a pesar de todo parecía que algunas cosas empezaban a tener sentido, y por fin lo tuvieron cuando al protagonista en cuestión lo metieron en un manicomio (esto era lo único que tenía sentido hasta ese momento en el libro) y el hombre empezó a explicarse. Y oye, vaya que si se explicó, menos mal que la explicación la dio desde una habitación que tenía poco que describir que si no seguro se me hubiera ido por los cerros de Úbeda otra vez. No es que me parezca la mejor novela que me he leído ni mucho menos, pero di gracias por no haber desistido en el último momento (que cerca estuve en más de una ocasión), y terminarme el libro, que acabó teniendo lo que se viene llamando un clímax de unas sesenta o setenta páginas que disfruté de lo lindo. El hombre se confiesa a unos estudiantes de psiquiatría entre los que se encuentra una muchacha que duda que esté pirado y por la que intuye uno que se siente atraído. En un momento determinado baja la voz y se dirige a la muchacha para que sólo le escuche ella (y aquí es donde yo tiro de apuntes): “He aquí lo que vamos a hacer: le voy a hablar, muy bajito, nada más que a usted. Y usted me contestará lo mismo. Le voy a decir hola, ¿qué tal? y usted me dirá bien, gracias. Ya ve lo que yo querría: y luego, cómo se llama, es usted guapa, me gusta el color de su vestido, o de sus ojos. […] Me hablará bajito, contándome cosas tan minúsculas que ni siquiera tendré necesidad de escuchar. […] Y para los demás, para todos los demás, yo continuaré mi propia historia. Ya sabe, esa historia complicada que lo explica todo. El rollo místico ése. ¿Quiere?” Sólo por esto mereció la pena llegar hasta aquí. Como digo, el hombre siguió y lo explicó todo. Al final resulta que me había gustado el libro y empezaba a ENTENDER. Aquilicua, ya le eché un vistazo por encima a la introducción en la que se despieza el libro. Que yo no sé como las ponen al principio cuando deberían venir al final. Pero esa es otra historia, que bastante largo me está quedando esto ya. Eso sí, me quedo con otro entrecomillado de este mismo hombre que se comenta en esta introducción y que me ha tocado la fibra: “las ideas nacen sin descanso, estallan, trazan sus estelas de brasa. Quiero detener. Quiero captar. Pero es imposible.” Y con la cabeza llena de brasas es como me largo al pueblo, que hago puente. Con un poco de suerte me dejan leerme allí el de la montaña.

2 comentarios:

Kinezoe dijo...

De El atestado es la primera vez que oigo hablar. La Montaña Mágica lleva en mi lista de espera unos años...

A mí a veces que un par de copas de esas de sábado noche se me han acabado transformando en algún libro o DVD. Y no me arrepiento. Con correas, ves tú, no me ha pasado ;)

Saludos.

Tiago Cotes dijo...

es un ejercicio muy recomendable el de echar cuentas y pensar el dinero que se deja uno en cosas tan pasajeras como una copa y dedicarlo a otros bienes menos vaporosos. me pasé mi primera adolescencia desviando las quinientas pesetas que me daban para salir a la compra de tebeos. después fueron los discos. los libros eran casi siempre de biblioteca, que no daba la cosa para más. ahora me apena que libros que me marcaron anden por ahí de mano en mano, con lo bien que estarían en casa con uno.

muchas gracias por la lectura y por los comentarios. que a veces piensa uno que estas entradas no televisivas no las lee nadie.

Related Posts with Thumbnails